viernes, 12 de octubre de 2012

De testigo a abogada




...y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8b)

Hay ocasiones en las que creemos que estamos testificando sobre las buenas noticias del Evangelio, cuando en realidad lo que estamos haciendo es aconsejar y corregir, por lo general, con un pequeño sermón.

Déjame contarte lo que me sucedió a mi.

La compañía fumigadora con la que tenemos contrato, por los últimos tres meses ha enviado al mismo técnico. Usualmente, yo trato de ser cortés con todas las personas que vienen a mi casa a rendirme algún tipo de servicio, consciente de que al llamarme cristiana, estoy representando a Cristo y deseo dar siempre buen testimonio de El. Por lo regular, ofrezco algo de tomar, doy buenas propinas, y procuro entablar algún tipo de conversación con ellos. Con Eduardo, el fumigador, no ha sido diferente. De su vida personal, ya se que es cubano, que tiene dos hijos, que le encanta la comida de mi país, y que aunque dice creer que existe un Dios, no es seguidor de Jesucristo.

La semana pasada le tocó fumigar en mi casa. Después que terminó su trabajo, y mientras yo le hacía el cheque de pago, me hizo esta pregunta: "Señora Lopez, ¿a usted cuál candidato le gusta, Obama o Romney?"

No queriendo entrar en polémicas de política, y percibiendo una brecha que talvez me daría la oportunidad para predicarle el Evangelio, le di una respuesta corta y equilibrada. Le expresé brevemente sobre las deficiencias que veo en ambos candidatos; la agenda que me agradan y me desagradan de los dos partidos; y le hice la aclaratoria, que el voto es una cuestión personal y de conciencia, cuando lo vemos desde la perspectiva de Dios, quien esta en control de los que gobiernan.

Al decir esto, con tristeza y lágrimas en sus ojos Eduardo me dijo: "¿Que tiene que ver Dios con la política, cuando El se ha olvidado por tantos años de Cuba?"

Aunque en ese instante yo no le presté mucha atención, es obvio que toqué una fibra muy sensible de su corazón. Lamentablemente, su reacción también tocó una fibra en el mio, la del orgullo, que me llevó... de ser una humilde testigo de Cristo, a ser una arrogante abogada de Dios.

Inmediatamente traté de corregir su forma de pensar y le dije: "Estas insinuando, al cuestionar a Dios, que sabes mas que El, y que la situación de Cuba estaría mejor si fueras tu quien estuvieras en control."  En medio de mi argumento, el me interrumpió brevemente para decirme que el asunto de Cuba y el comunismo de Fidel separaba a las familias, y que él era una de las miles de víctimas que lo estaba sufriendo en carne propia.  A eso yo contesté que Dios sabia lo que hacia.  El joven fumigador, después de escucharme un rato mas en silencio acerca de que tan equivocada era su percepción de Dios, con su cabeza baja se atrevió a interrumpirme de nuevo para decirme: "bueno, puede que tenga razón, pero se me hace tarde y debo seguir mi ruta de trabajo"... y se marchó.

Al cerrar la puerta, mi hija, quién se había percatado de mi tono "efusivo", se limitó a decir: "¡Wao Mami, pobre hombre. ¡Cuanta intensidad!"

El deseo de darle a conocer la gloria de Cristo a mi prospecto discípulo, inicialmente estaba ahí. Pero en el momento que vi mi argumento atacado, me olvidé de testificar sobre la gracia y el gran amor del Hijo de Dios. Andreina, la hija de Dios, en vez de ser testigo viviente de su gracia y su amor, se convirtió en abogada del Creador — como si El necesitara de mi defensa o dependiera de mi pasión.

Pero ¿que fue lo que pasó?

El problema vino cuando YO sentí que se estaba poniendo en tela de juicio MI opinión. Me enfoqué tanto en lo que "YO" desea comunicar, que no me percaté del corazón lastimado que pude confortar.

Lo que usamos para testificar, nunca es tan importante como lo que nos motive a testificar. En este caso, cuando mis creencias sobre Dios se vieron atacadas, mi orgullo bloqueó mi sensibilidad para ver el dolor que le esta causando a Eduardo y a su familia su forzosa y triste separación. Mi enfoque se desvió, y lo que empezó con buena intensión de una genuina proclamación, terminó en una defensa sobre MI posición. El presentar las maravillosas nuevas del evangelio pasó a un segundo plano.  

Eduardo no necesitaba una reprensión por su errada percepción de Dios, es natural pues está en tinieblas. Eduardo necesitaba simplemente escuchar la verdad en amor del Evangelio, una voz de esperanza, y la oferta de que Jesús ha provisto para el y su familia cuidado, protección y salvación.

No es la primera vez que me sucede, y estoy segura que no será la última. Pero eso no me debe desmoralizar, porque yo no estoy siendo conformada según mis imperfecciones y deseos carnales, sino transformada según el humilde, sabio y dulce caracter de Cristo. Es el Evangelio precisamente que me hace libre del temor de ser ridiculizada o atacada. Es el Evangelio que me dice que no debo condenarme por mi ineficiencia al proclamarlo... Cristo no me condena. Porque no es mi elocuencia ni mi persistencia lo que producirá en una persona no creyente frutos de labios que confiesen Su nombre. Únicamente Su gracia puede dar un nuevo espíritu, un nuevo temor, una nueva fe y un nuevo corazón.

A traves de este episodio he podido recordar que el Evangelio no es un sermón, en el cual se explica como hemos sido perdonados para poder entrar en el cielo. No es un consejo, en el cual le debemos decir a la gente lo que están haciendo mal y como pueden corregirse.  No es una advertencia de que si no cumples la lista de mandatos divinos, no vas a ser bendecida, y al final, te vas a quemar en el infierno. Aunque el mensaje incluye el que somos perdonados. Aunque mientras lo proclamamos, podemos dar un oportuno consejo, o advertir sobre la horrenda existencia de una eternidad sin Dios. El Evangelio que los creyentes han sido comisionados a proclamar es otra cosa. El Evangelio son las BUENAS NOTICIAS, para ser anunciadas por personas imperfectas como yo, de que gracias a la obra de alguien perfecto llamado Jesús, podemos tener comunión con Dios, y la esperanza de un día poder disfrutar la gloria de Cristo a plenitud. (2 Corintios 4:4)

Es mi oración que el Señor, a su manera y en su tiempo, le permita a Eduardo escuchar su invitación de entrar por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; que el desee alabarle y bendecir su nombre. Porque el Señor es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones.
(Del Salmo 100: 4-5)









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